Si algo caracteriza a Rosa Luxemburgo, son sus jardines y sus amplias zonas verdes, por los que puede pasear cualquier visitante en cualquier época del año.

Jardines de la Rosa

Haciendo grandes números podemos decir que nuestros jardines ocupan un diez por ciento de la superficie total de la urbanización. Una extensión significativa, teniendo en cuenta el territorio urbanita donde nos encontramos y lo que representa para nuestra calidad de vida.

Son lugar de reunión, entorno para pasear y respirar, hacer deporte y área de campeo de nuestras mascotas. El término jardín como “terreno donde se cultivan especies vegetales con añadidura de elementos estáticos para el disfrute de los sentidos” adquiere aquí, por tanto, un significado mucho más amplio.

A lo largo de estos treinta años han sufrido muchos cambios, están en constante transformación y no atienden a una forma estricta, ya sea por requerimientos técnicos de adecuación de especies, cambio de usos o aporte de planta de los propios vecinos, son por consiguiente, también interactivos. Tienen características de jardín silvestre, por la integración de especies autóctonas como encinas y jaras. De tipo inglés, por su concepción irregular, dando una impresión natural con rocas y caminos tortuosos e incluso de jardín “Zen”, donde predomina el minimalismo sin que por ello se vea mermada su calidad estética.

Cuentan con una amplia variedad de especies vegetales, tanto de porte arbóreo como arbustivo, (más de sesenta diferentes) álamos, plátanos, olmos, mimosas, arces, aligustres, escalonias, lirios, rosas,…, todos ellos  dispuestos en armonía y dando lugar a bellos rincones que el caminante puede descubrir en su recorrido.

Camino rojo
Los habituales «caminitos rojos» de La Rosa

Pero no solo son plantas lo que integra nuestro “pulmón verde”, multitud de aves nos visitan o conviven con nosotros, palomas, tórtolas, urracas, verderones, verdecillos, mirlos, carboneros y herrerillos son una pequeña muestra de especies que anidan en las arboledas y setos. Aves migratorias como el petirrojo pasan aquí los inviernos alimentándose de pequeños insectos, e incluso especies preferentemente forestales como el pico pica pinos se encuentran cómodas en nuestros parques, lo cual es un buen indicador de calidad del entorno natural.

Calidad de vida, lugar de esparcimiento, sinfín de posibilidades y valor ecológico son una constante en nuestros jardines, y a buen seguro podremos disfrutar y respetar, puesto que forma parte indivisible de nosotros mismos. Es nuestro bien común, que hacemos todos y para todos.


El vecino de Neruda

Son primero las mimosas, pronto, a mediados de febrero; luego en la flor del pruno, que engalana la calle como en días de boda. ¡Y qué pequeño chasco cuando las hojas marrones del árbol abaten todo el manto de las flores obscenas! Viene luego el cerezo japonés de mi vecina, la envidia de la calle, que me obliga a salir tres y cuatro veces al balcón con tal de ver su gracia encendida. Y pronto ya los claveles, las rosas, que salen como enjambres debajo de las piedras y aguantan hasta octubre.

Las adelfas, pérfidas como amantes malditas, los madroños dulces y hasta un magnolio enano que cuando da magnolias inunda cuatro patios. La calidad de vida es gozar sensaciones, no acumular hacienda para bien de los nietos. Lo escribió Cicerón: «La felicidad consiste en tener una buena biblioteca al lado de un jardín». Han pasado muchos siglos y uno ya no busca semejante abstracción, me conformo con sentirme vivo en la Noria de las estaciones: regar los árboles en la canícula, pisar la nieve virgen y perforar el hielo. Todo eso aquí en La Rosa, nunca en un piso colgado en la cucaña del ladrillo.

Yo no soy de los socios fundadores, llegué en el 91, cuando esto parecía ya un poco menos un poblado de Tánger, pero es que hasta eso me gusta. Los nuestros no son chalés, son semidetached houses, que dicen los ingleses, y así es mucho mejor. No es lujo, es sencillez; es calidad sin altanería. Cuando ya se ha alcanzado el mezzo del camino uno tiene derecho a gozar de la vida sin mirar al abismo.

Ya sabemos que el mundo está siempre mal hecho, pero los prunos, los madroños y sobre todo la rosa -no la toques más, dijo el poeta- son los mismos de antaño y no entienden de ideas, demandan sensaciones en el vivo presente. La Rosa pide a gritos el carpe diem y si no se está en ello es mejor revisarse, limpiarse las telarañas que ensucian la mirada y volver ya con los ojos del niño al cerezo japonés que cuida mi vecina. También sabemos que nosotros, los de antes, ya no somos los mismos. El tiempo de la revolución nos cambió los semblantes, pero el reto es el cerezo japonés del presente sin tasa. Ese árbol proclama que hoy es siempre todavía, el primer día de la creación y que el gran pecado es no gozar su estallido de vida. Gracias a mi vecina.

Luis Martínez de Mingo